sábado, 5 de marzo de 2011

El 'führer' destronado

Si alguien encarna la quintaesencia de la hoguera de las vanidades que proyecta el mundo de la moda, ese es John Galliano. O era. Porque de la noche al día, el idolatrado rey del lujo ostentoso y extravagante ha sido destronado. Sus nauseabundos delirios etílicos le han costado muy caros. Dior le ha arrebatado los ropajes que durante 15 años hicieron de él uno de los emperadores de la estética. Se ha quedado desnudo. Y solo, muy solo.


Juan Carlos Galliano nació en Gibraltar hace 50 años. Hijo de un británico y de una española, su historia es el paradigma del reino de las apariencias en que vivimos, donde el mundo real y el virtual se confunden peligrosamente. Donde la obsesión por la imagen puede conducir al abismo.

Alumno de la prestigiosa Saint Martin's School de Londres, supo dar sentido del espectáculo y de la provocación al servicio de la moda y de sus intereses comerciales. La combinación perfecta. Su talento no pasó inadvertido a Bernard Arnault, propietario del mayor grupo de lujo del mundo, LVMH. Primero le fichó, en 1995, como director creativo de Givenchy para escándalo de quienes le veían como «un punk decidido a torpedear la imagen de la venerable casa», según el propio Galliano. Un año más tarde le puso al frente de Dior. Con 36 años, tenía carta blanca para sacar a la marca del letargo. ¡Y vaya si lo logró!

Apariciones teatrales

Todo lo que tocaba se convertía en oro. Mientras sus excesos cosechaban portadas, Arnault se lo permitió todo. Sus teatrales apariciones al final de los desfiles, sus caprichos, su endiosamiento... Le defendió incluso cuando, en el 2000, la polémica rodeó la colección Clochard, inspirada en los harapos de los vagabundos que se cruzaba el diseñador en los muelles del Sena durante sus sesiones de footing. La obscenidad de la propuesta fue duramente cuestionada. ¿La moda no tiene límites? «No hago nunca la provocación por la provocación. Provoco para suscitar una emoción o, a veces, un debate», se justificó.

En su caso, la provocación se convirtió en un estilo de vida. Hasta que perdió el control de su personaje. Solo así se lo explican sus colaboradores, que aseguran que nunca le habían oído comentarios racistas. Le definen como alguien tolerante y de trato respetuoso, a diferencia de otros grandes egos del mundillo. Llama la atención que tras la sensibilidad del genio que se inspira en la historia y en las diferentes culturas -una de sus pasiones son los viajes exóticos- se oculte el sombrío rostro de un admirador de Hitler. Aunque sea bajo los efectos del alcohol.

Cual doctor Jeckyll y míster Hyde, Galliano alternaba el culto al cuerpo con la destrucción del mismo. Obsesionado por su imagen, se sometía a intensas sesiones de musculación y dietas draconianas, y abusaba del bótox. Su mundo era la fiesta y la fantasía, incompatible con el acelerado ritmo de trabajo que exige la pasarela. Cada año presentaba dos colecciones de prêt-à-porter femenino y dos de alta costura para Dior. Con su propia marca, el 85% de la cual pertenece a la casa de moda, creaba dos desfiles femeninos y dos masculinos, y varias microcolecciones. Un programa con grandes resultados para Dior; facturó 826 millones y las ventas de la firma crecieron un 15% en el 2010, en gran parte gracias al mercado asiático.

La muerte de su compañero

Pero hay lujos que ni Galliano puede permitirse, como llamar «jodido bastardo asiático» a un ciudadano en la terraza de un café de París. Sus exabruptos, que le pueden costar tres meses de cárcel, arruinan cualquier campaña de publicidad. Si además se apoya en el rostro de una actriz de origen judío como Natalie Portman (imagen de un perfume de Dior), la cosa se complica. Máxime cuando la intérprete se declara «asqueada» por el vídeo que ha dado la vuelta a internet con un Galliano borracho metiéndose con sus vecinos de mesa: «Adoro a Hitler [...] Deberíais estar muertos y vuestros padres, gaseados». Demoledor.

La adicción del modisto se agravó tras la muerte en el 2007 de su compañero y mano derecha, Steven Robinson, probablemente por una sobredosis de medicamentos. Los suicidios de la estilista Isabella Blow y del modisto británico Alexander McQueen le sumieron en una depresión. Se refugió en la bebida; siempre solo, en el café La Perle. En las últimas semanas, a las puertas de la pasarela de París, apenas iba al taller. El temblor de las manos le delataba.

Muy a su pesar, Arnault ha debido desprenderse de él. Ya tuvo bastante en otoño con el boicot que sufrió otra firma del grupo, Guerlain, por un comentario del antiguo dueño de los perfumes juzgado de racista. «Por una vez, me puse a trabajar como un negro. No sé si los negros han trabajado tanto...», dijo el octogenario Jean-Paul Guerlain.

El pope Karl Lagerfeld le abronca por ensuciar la imagen de la moda y los que aplaudían su desmesura y su estilo excéntrico apuestan ahora por abrir una nueva era, más adaptada a los tiempos de rigor que corren.

En una de sus apariciones, Galliano cerró un desfile vestido de Napoleón. Como el emperador, tocó la gloria y la perdió.

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