En su apoyo incondicional a Muamar Gaddafi, Hugo Chávez juega con fuego. Le da su aval al libio en medio de una Venezuela en crispación social, con inflación, con descontento entre las fuerzas laborales, militares, sindicales y el estudiantado. Algunos dicen que esta sumatoria de crispaciones le podría quemar los papeles al bolivariano, que no se baja del poder desde hace 12 años. Es una situación que lo acerca a los dictadores del norte de África, pero ¿está Chávez cerca de la hoguera? Es la pregunta que salta respecto de los regímenes en Cuba, Nicaragua y Venezuela, los tres países latinoamericanos que persisten en avalar al régimen libio y que podrían, quizás, enfrentar revueltas y revoluciones como las de Túnez, Egipto y Libia.
“No existen en Venezuela condiciones para llevar la situación a algo semejante a lo que hoy ocurre en Libia”, dice desde Caracas la analista Rocío San Miguel, presidenta de la ONG Control Ciudadano. “A pesar de que hay múltiples factores que podrían caldear la situación”, agrega, “como la enorme cantidad de armas e inseguridad que hay en las calles, la inflación y la profunda polarización política”. “Las masas populares suelen ser impredecibles”, opina Alfredo Maldonado, editor de Venezuela Analítica, “ya que en esos países del norte de África había control casi total, y muy poca gente se atrevía a fastidiar la calle, mientras que en Venezuela hay protestas todos los días, con más de 400 personas en enero. Es decir: las masas tienen escapes en Venezuela”, explica Maldonado.
Según Maldonado, en el gobierno chavista y sobre todo en la “sala situacional” con asesores cubanos que el presidente venezolano tiene en Miraflores, se sopesa el riesgo de que cualquiera de estas situaciones y protestas se salga de madre, “empiece a retroalimentarse y termine convertida en un huracán”. Por eso, después de que el gobierno en febrero dejara escalonar la tensión durante tres semanas, con la huelga de hambre de estudiantes y algunos ciudadanos en la sede de la OEA en Caracas (había comenzado con 9 y terminó con 80 huelguistas), optó por enviar al ministro de Interior, Tarek El Aissami, a conversar con ellos. Resultado: dos diputados opositores electos, que estaban confinados a sus casas por juicios no muy claros, pudieron incorporarse a la Asamblea Legislativa y hasta Derechos Humanos de la OEA tendría ahora franqueado el permiso para investigar en Venezuela.
“Esto demuestra que el gobierno de Chávez no sólo es presionable (y se le puede torcer el rumbo), sino que sigue siendo derrotado por los estudiantes”, señala este analista.
“No creo que pueda ocurrir aquí lo que está pasando en Libia y otros países árabes”, continúa Maldonado, “aunque no descartaría el proceso que hubo en Egipto, con el pueblo en la calle, cada día en mayor cantidad, y con los militares vigilando pero no actuando. Es a esa situación a lo que Chávez y sus cubanos del círculo íntimo le tienen pánico”, sentencia.
Explicaciones
Sin embargo, resulta claro que la crisis libia y el acorralamiento de Gaddafi sí están condicionando a Chávez, al menos a dar explicaciones sobre si el libio es un asesino. “No porque todo el mundo diga hoy que Gaddafi es un asesino, entonces yo, Chávez, voy a decir también que Gaddafi es un asesino: no me consta, y no voy yo a condenarlo, sería yo un cobarde, para quien ha sido mi amigo, nuestro amigo por mucho tiempo, sin saber sencillamente lo que en Libia está ocurriendo”, dijo el fin de semana en “Aló, presidente” el venezolano.
“Frente a la relatividad de la política internacional, Chávez prefiere no desconocer a sus aliados y ser leal y consistente, sobre todo en previsión de que el mundo también le podría ser hostil a él”, analiza San Miguel.
Tanto fue el aprecio por el africano que Chávez le entregó la réplica de la espada del Libertador Simón Bolívar (que la oposición venezolana exige que Gaddafi devuelva), y lo hizo su socio en emprendimientos petroleros (en octubre de 2010, durante su sexto viaje oficial a Trípoli firmó, además de diez acuerdos comerciales, un fondo de cooperación o fideicomiso por u$s 1.000 millones, cuyo manejo es, como es corriente con estos fondos venezolanos, confidencial).
Como en otras latitudes, fue a través de Twitter que Chávez marcó la postura de su gobierno: “¡Viva Libia y su independencia! Gaddafi enfrenta una guerra civil”, publicó la semana pasada. A su vez, el canal chavista Telesur reseñó que Estados Unidos planificaba la invasión a Libia por sus riquezas petroleras, para después decir que los bombardeos a los manifestantes “formaban parte de una matriz mediática falsa”.
No es la primera vez que Chávez se pone a la defensiva para solidarizarse con un líder autocrático: ya lo hizo en reiteradas ocasiones con el iraní Mahmud Ahmadineyad. Por más que los analistas digan que Chávez no es Gaddafi, ni que las revueltas de Trípoli se pueden trasladar por ahora a Caracas, el bolivariano sí que debe estar estudiando los acontecimientos de Túnez y Egipto. Y, por supuesto, de Libia.
“No existen en Venezuela condiciones para llevar la situación a algo semejante a lo que hoy ocurre en Libia”, dice desde Caracas la analista Rocío San Miguel, presidenta de la ONG Control Ciudadano. “A pesar de que hay múltiples factores que podrían caldear la situación”, agrega, “como la enorme cantidad de armas e inseguridad que hay en las calles, la inflación y la profunda polarización política”. “Las masas populares suelen ser impredecibles”, opina Alfredo Maldonado, editor de Venezuela Analítica, “ya que en esos países del norte de África había control casi total, y muy poca gente se atrevía a fastidiar la calle, mientras que en Venezuela hay protestas todos los días, con más de 400 personas en enero. Es decir: las masas tienen escapes en Venezuela”, explica Maldonado.
Según Maldonado, en el gobierno chavista y sobre todo en la “sala situacional” con asesores cubanos que el presidente venezolano tiene en Miraflores, se sopesa el riesgo de que cualquiera de estas situaciones y protestas se salga de madre, “empiece a retroalimentarse y termine convertida en un huracán”. Por eso, después de que el gobierno en febrero dejara escalonar la tensión durante tres semanas, con la huelga de hambre de estudiantes y algunos ciudadanos en la sede de la OEA en Caracas (había comenzado con 9 y terminó con 80 huelguistas), optó por enviar al ministro de Interior, Tarek El Aissami, a conversar con ellos. Resultado: dos diputados opositores electos, que estaban confinados a sus casas por juicios no muy claros, pudieron incorporarse a la Asamblea Legislativa y hasta Derechos Humanos de la OEA tendría ahora franqueado el permiso para investigar en Venezuela.
“Esto demuestra que el gobierno de Chávez no sólo es presionable (y se le puede torcer el rumbo), sino que sigue siendo derrotado por los estudiantes”, señala este analista.
“No creo que pueda ocurrir aquí lo que está pasando en Libia y otros países árabes”, continúa Maldonado, “aunque no descartaría el proceso que hubo en Egipto, con el pueblo en la calle, cada día en mayor cantidad, y con los militares vigilando pero no actuando. Es a esa situación a lo que Chávez y sus cubanos del círculo íntimo le tienen pánico”, sentencia.
Explicaciones
Sin embargo, resulta claro que la crisis libia y el acorralamiento de Gaddafi sí están condicionando a Chávez, al menos a dar explicaciones sobre si el libio es un asesino. “No porque todo el mundo diga hoy que Gaddafi es un asesino, entonces yo, Chávez, voy a decir también que Gaddafi es un asesino: no me consta, y no voy yo a condenarlo, sería yo un cobarde, para quien ha sido mi amigo, nuestro amigo por mucho tiempo, sin saber sencillamente lo que en Libia está ocurriendo”, dijo el fin de semana en “Aló, presidente” el venezolano.
“Frente a la relatividad de la política internacional, Chávez prefiere no desconocer a sus aliados y ser leal y consistente, sobre todo en previsión de que el mundo también le podría ser hostil a él”, analiza San Miguel.
Tanto fue el aprecio por el africano que Chávez le entregó la réplica de la espada del Libertador Simón Bolívar (que la oposición venezolana exige que Gaddafi devuelva), y lo hizo su socio en emprendimientos petroleros (en octubre de 2010, durante su sexto viaje oficial a Trípoli firmó, además de diez acuerdos comerciales, un fondo de cooperación o fideicomiso por u$s 1.000 millones, cuyo manejo es, como es corriente con estos fondos venezolanos, confidencial).
Como en otras latitudes, fue a través de Twitter que Chávez marcó la postura de su gobierno: “¡Viva Libia y su independencia! Gaddafi enfrenta una guerra civil”, publicó la semana pasada. A su vez, el canal chavista Telesur reseñó que Estados Unidos planificaba la invasión a Libia por sus riquezas petroleras, para después decir que los bombardeos a los manifestantes “formaban parte de una matriz mediática falsa”.
No es la primera vez que Chávez se pone a la defensiva para solidarizarse con un líder autocrático: ya lo hizo en reiteradas ocasiones con el iraní Mahmud Ahmadineyad. Por más que los analistas digan que Chávez no es Gaddafi, ni que las revueltas de Trípoli se pueden trasladar por ahora a Caracas, el bolivariano sí que debe estar estudiando los acontecimientos de Túnez y Egipto. Y, por supuesto, de Libia.
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